miércoles, 13 de agosto de 2008

Culture-clash o el matete que yo tengo

Tener visitas argentinas en Amsterdam es todo un tema. Ah, y también es un tema que mi propia madre, durante su estadía en mi casa haya descubierto mi blog, me haya extirpado el anonimato y probablemente me esté leyendo en este momento. (Así que si así es: Hola ma! Que tal? Todo bien por baires? Extrañas a tu nietita ya?)Bueno, dicho sea esto, prosigo. La cosa es que todavía quedan un par de huéspedes argentinos en mi casa, pero cuando ellos se vayan volveré a ser yo. O dejaré de serlo nuevamente, ya no veo la diferencia.
La cosa es que las visitas argentinas me ponen en una situación de anfitriona que adoro y odio al mismo tiempo, para seguir con mis eternas ambigüedades. Por un lado quiero hacer todo lo posible para que el otro se sienta cómodo, por el otro quiero poder seguir con mi vida. Quiero que el otro la pase bomba en Amsterdam, que me repita cien veces que es una de las ciudades más lindas y pintorescas del mundo, pero al mismo tiempo no puedo evitar aprovechar su compañía y comprensión porteña para quejarme de todos los aspectos que me estorban y molestan de este lugar. Le rezo a San Cayetano para que salga el sol y haga calor durante esos días (estoy segura que no era San Cayetano el de la lluvia, pero era el único santo que me salió) pero si eso pasa me siento incomprendida ya que mis invitados se piensan que la vida que yo tengo es como esos diez días al año en los que sale el sol: la gente no labura, se escucha música latina desde las ventanas, la gente se la pasa tomando cocktails en las veredas: NO ES ASÍ. Pero también me gusta un poquito que lo piensen. Cuando, por lo contrario, como ahora, llueve y hace frío aunque sea verano, me pasa al revés: me río nerviosamente de lo ridículo que es este clima y lucho conmigo misma intentando convercerme de que también está bueno esto... que yo sufro y que justamente esta gente es con la que puedo compartir estas cosas... Ah, eso sí, si mi mamá emite dos comentarios seguidos sobre este frío cuando hay una temperatura "agradable" de 18 grados la quiero estampar, y lo peor es que lo hago... (hola, ma! si, ya se...).
Mi choque de culturas interno se potencia con estas visitas, al punto tal que mi cabeza va como un autito chocador de una cultura a la otra. Para dar un ejemplo, ayer se nos ocurrio con mis compatriotas cocinar empanadas e invitar a algunos amigos holandeses a deleitarse ocn ellas. La tensión comenzó(en mis adentros, el resto de la gente las estaba pasando de diez) cuando recién a las ocho y media empezamos a calentar el horno y yo no podía parar de pensar en los estómagos hoalndeses ya chirriando por estar acostumbrados a cenar a las seis. Por el otro lado, me caía la gota gorda cuando veía que mi marido, holandés, mandaba sus comentarios tan directos e irritados sobre el desorden que estábamos haciendo con este emprendimiento de hacer empanadas caseras. Mientras se cocinaban, uno de los argentinos le sale la gran argentinada de comentar: "con tantas empanadas, nos vamos mañana a una plaza, las vendemos y sabés cómo nos llenamos de plata!", mientras que a uno de los holandeses se le ocurre responder, bien a la holandesa: "no, nene. No se puede salir así nomás a vender en la calle... sabés cuánto se tarda en conseguir el permiso???". Salieron riquísimas, y como buena argentina agarré un tupper y metí las empanadas que sobraron para que se las lleven a casa... Para comer, no para vender, obvio.
El lado positivo de lo que me pasa es esto: a pesar de que el trato argentino me hace extrañar la espontaneidad, calidez y buena onda de mi cultura, los relatos que me cuentan me ayudan a desmitificar mis recuerdos. Me cuentan que la gente también se suicida en argentina. Me cuentan que los empleadores siempre te garcan. Me recuerdan que ya no todos los domingos son de sol, como yo me pensaba. Me ayudan a acomodar este matete que tengo y ver las cosas nuevamente en perspectiva.